jueves, 21 de enero de 2016

Dilo



Sólo dime que la amas. No necesito más, sólo que me digas que la amas con todo tu ser, que la amas más de lo que yo la llegué a querer. Dímelo y me daré la media vuelta, me iré sin hacer ruido, sin dejar rastro para que no me encuentre si es que me quiere buscar. Sólo dime que la conoces, que sabes que le fascinan las rosas y que un ramo cada cierto tiempo es la mejor medicina. 

Dime que la vas a abrazar cuando más triste esté y que le vas a tender la mano para levantarla cuando caiga. Que no le vas a recriminar nada, y si la vas a corregir lo harás suavemente, ella es sensible y no resiste que alguien que dice quererla la lastime. Dime que conoces sus manías, las palabras que siempre usa y que puedes terminar sus frases. Que sabes que habla con muchas indirectas, que hablas todos sus idiomas, corporal, oral, la mirada, dime que los entiendes todos, si no lo haces apréndelos porque a ella no sólo la tienes que escuchar, la tienes que descifrar.

Dime que sabes que odia el sol porque la pone de malas y que ama el chocolate, no le digas que la engorda. Dime que cada mañana la vas a llamar o aunque sea un mensaje deseándole un bonito día. Dile que es bonita, que con el pelo lacio u ondulado se ve preciosa, con o sin maquillaje, medio dormida y con ojeras; ella lo sabe pero le gusta que se lo digas. Dime si sabes a lo que es alérgica, que vas a asegurarte que come a sus horas y que tiene cosas que hacer. Que conoces sus sueños y vas a apoyarla en ellos, estoy seguro que ella te va a apoyar en cualesquiera que sean los tuyos.

Dime que la vas a proteger, que te asegurarás que llega a casa a salvo, prométeme que vas a estar dispuesto a hacer cualquier cosa con tal que ella esté segura; que no vas a dormir hasta que ella esté segura en su casa. Dime que la conoces de verdad, que no vas a jugar con su corazón, que lo vas a cuidar. Pero sobre todo, prométeme que va a estar bien y que la vas a amar no por unas horas, ni por unos días, ni por varios años. Prométeme que la vas a amar por el resto de tus días, sólo a ella.
Sólo dime que la amas, y me daré la vuelta para irme sin hacer ruido ni dejar rastro, irme y no volver jamás. Sólo dilo.

miércoles, 30 de diciembre de 2015

Necesidad



Sientes un gran vacío. No es en la mente, no es en el corazón. Es en el estómago. Sientes como tus pequeñas tripas rugen, piden a gritos un poco de comer. No has desayunado, ni siquiera recuerdas la última vez que probaste una comida realmente buena. No es que no te gusten los frijoles, pero comer lo mismo todos los días no es reconfortante.

Llevas tres horas caminando alrededor de la cuadra de siempre, los mismos lugares y las mismas personas en las tiendas te ven, lo que cambian son los turistas. Muchas veces como la nieve y otras como el carbón. Tu piel de bronce se distingue ampliamente. Llevas tiempo repitiendo lo mismo a diferentes personas “¿No gusta comprar un chicle o chocolate seño’?”. A veces te responden dulcemente que no, otras se limitan a verte o te ignoran. Sin contar a los que ven a tu mamá como una malísima mujer. Pero tú sabes que hace todo por alimentarlos a ti y a tus hermanos.

En tu vaivén por la calle comienzas a escuchar los gritos desgarradores de tu estómago que implora alimento. No quieres decirle a tu mamá pues conoces la respuesta, comerás hasta llegar a casa. Una pequeña tortilla embarrada de frijoles, si la suerte te acompaña en día de hoy tal vez cuente con una tira de carne. Han recibido ayuda estos últimos días, para tu educación te regalaron una Tablet. Aquellos señores de traje que fueron a la escuela, ese día te sentías muy contento, pero ellos no sabían que tú mamá no tiene para darte una buena comida. Menos para pagar luz e internet. Además en estos momentos (como casi en todos) ese aparato no te sirve de mucho. Al final de cuentas no se come.

De repente escuchas un grito. En los tacos de “El Pelón” hay un joven que te llama. No sabes qué hacer. Te llama insistentemente, ya tiene rato disfrutando de aquella rica birria. Nunca la has probado pero huele delicioso. No cesa de llamarte, quiere que vayas hacia allá, algo te quiere decir. Quizá quiera comprarte unos chicles para después de comer su birria. Te armas de valor y te acercas. Se acerca a tu oído y te pregunta “¿Ya comiste?”. Sin titubear mueves la cabeza de lado a lado en señal de negatividad. El joven levanta la mano y le pide al Pelón dos tacos, recuerdas al Pablo, al Pedro y al Pepe. Y jalas su brazo para decirle “¿Pueden ser tres para llevar?”. El joven no te cuestiona, te regala una sonrisa y cambia la orden.

A lo lejos escuchas a tu mamá con una voz muy preocupada. “¡Juan! ¡Deja al joven en paz!”. Tu madre se acerca rápidamente, el taquero se apura a empacar todo lo que deben llevar las órdenes para llevar: salsa, rábanos y limón. El joven te da tus tacos y te sonríe mientras tu madre jala del brazo. Te limitas a devolver la sonrisa ya que no pudiste dar las gracias, él no lo sabe, pero hoy después de mucho tiempo tus pequeños hermanos volverán a comer algo más allá de frijoles.

sábado, 26 de diciembre de 2015

A Priscila

Tengo la necesidad de hablar, desde lo más profundo. El corazón no habla español. Pero al papel habla el mismo idioma. Traducir es lento y poco preciso, por eso escribo lo que dice sin negarle nada; él es quien quiere hablar. 

La palabra que me repitió una y otra vez fue radiante, además de iluminada, grandiosa, bella. La lista sigue pero la primera siempre fue sonrisa. Quería dar una definición de su sonrisa, pero nunca encontró las palabras adecuadas. Utilizó un lenguaje poético. Poco usual en él, lo conozco y generalmente es más directo. Claridoso diría yo.

Arriesgándome a no decir lo que dijo con precisión, sus palabras fueron algo así: Las estrellas reclaman su fulgor, no saben si se los han robado o simplemente desapareció. Pues desde el punto más alto, de donde veían la tierra en su máximo esplendor, notaron que algo les robaba la atención. Con brillo mágico y cautivador. No siempre brillaba, lo hacía de vez en cuando y se percataron que venía de usted, señorita. Junto con su mirada penetrante y su voz. Su sonrisa fue capaz de cautivar a las mismísimas estrellas. Sintieron celos. Eso lo comprendo, algo tan poco común no puede pasar desapercibido.

Uno puede expresarse muy bien a través de la sonrisa. Hay sonrisas que cautivan, como la suya. Hay otras que hablan, como las de un par de enamorados que hablan ese lenguaje subjetivo que sólo ellos saben hablar. Ese en el que no se pronuncian palabras pero a través de los gestos se dice todo lo que se debe decir. Están también las que sirven para camuflarse, esas que esconden otras cosas detrás.

En fin, lo que el corazón quería decir era lo radiante y hermosa que es su sonrisa. Cautivadora y llena de aquello que mantiene a uno con la vista puesta en el punto donde sus dientes irradian aquel brillo tan especial. Aquel que hizo sentir celos a las estrellas.

Pd. Este está dedicado a una amiga muy especial, que disfruta de la poesía como pocas personas saben hacerlo.

jueves, 17 de diciembre de 2015

Crisálida


Te fuiste. Irremediablemente me quedé solo, como la crisálida que por largo tiempo albergó dentro de sí a la bella mariposa. La cuidó y protegió de todo mal. Pero su estadía debía ser transitoria. No puede quedarse allí dentro para siempre. ¡Qué más hubiera querido aquella frágil crisálida que mantener a salvo aquella majestuosidad? Sin embargo la crisálida es pasajera. Tiene su propósito tatuado en la piel. Y la partida es inevitable.

Y tu partida es igual de inevitable. Desearía pedirte que te quedes un poco más. Pero sólo alargaría mi dolor y partirías de nuevo mi corazón. La noche se estrelló, la lluvia comenzó a tocar una dulce melodía mientras caía en mi techo y el viento me susurraba aquellas palabras salidas de mi corazón. Aquellas que alguna vez te dije y creí que entendías a la perfección.

No te pude jurar amor eterno, a veces irremediablemente te ganabas mi odio. Te llegué a odiar un poco más que a mí mismo. Pero al final recuperabas aquel amor ferviente que dentro de mí no se rendía y quería tenerte cerca para sentirse completo.

Ahora te vas. Lentamente. Sales como aquella mariposa de la crisálida. Que no voltea a ver el daño que causó. Que a pesar de que es un ser inerte, la cuidó y dedicó su existencia para mantenerla segura mientras la metamorfosis se llevaba a cabo. Y no la dejó, a pesar suyo, pues sabía que al final la mariposa se marcharía para no volver. Y la crisálida se quedaría allí esperando algo que sabía, no podía ser.

No pierdas tu tiempo en volver. Morir para que tú vivieras siempre ha sido un placer. Aunque la partida duela y yo me dedique a mantenerme en pie. Pues me dejaste con el corazón abierto de par en par. No vuelvas, no creo quererte esperar más. Y a pesar mío, no creo que quieras mirar atrás.